Glòria de Castro: “Antes en los cuentos salía sangre y mutilaciones”

Nina, su marido, Ivan, y su hijo Ariel, tienen que huir a toda prisa del piso donde viven, en la gran ciudad, por el peligro de que unas grietas lo hagan caer. Van a parar a la antigua masía aislada en que ella había vivido de pequeña, cerca de un pantano y una colonia industrial abandonada, donde no había vuelto después de huir una trágica noche de tormenta. Mientras viven en una autocaravana estrecha, tendrán que reconstruir la casa y la relación entre los tres. Son las coordenadas en que se mueve Els temples solemnes (Periscopi, Lumen en castellano), la segunda novela de Glòria de Castro (Caldes de Montbui, 1974), que llega tres años después de haber ganado el premio Llibreter con L’instant abans de l’impacte (Periscopi/Lumen, 2022).
La escritora ha querido construir “un cuento gótico que relacionara la destrucción y la reconstrucción de una familia que está en crisis: la casa donde viven se está hundiendo, como su vida, y después van reconstruyendo una casa muy oscura que también tiene espacios muy oscuros. Nina tiene que ir penetrando esa oscuridad de ella misma y de la casa”. “En la vida hay un momento en que nos tenemos que enfrentar estas oscuridades y a todo este pasado del que hemos huido, aunque sea metafóricamente”, añade sobre una protagonista que “se ha de desarraigado del mundo urbano para volver a arraigar en el rural” en un tiempo distópico: “Soy muy reticente a la tecnología, como quedó patente a la anterior novela, y este mundo con tormentas solares, en las que los satélites no funcionan, me servía como excusa para hacer desaparecer los teléfonos móviles de la escena”.
Lee también“Se supone que dentro de la familia te tienes que sentir segura y salvada, pero también es donde se perpetran las peores violencias”, asegura la autora, para quien a menudo “la estructura familiar que parecía tan bonita puede acabar siendo una prisión, y la vida en pareja puede acabar siendo un piso con paredes que caen”. Con todo, ella apuesta por el amor, “aunque sea reconstruido y asilvestrado”.
Mientras la escribía –proceso en el cual perdió un primer borrador cuando le robaron una mochila con la libreta–, De Castro trabajaba en la construcción de su casa, en Mallorca, y eso se filtró en la escritura: “En una ciudad todo es muy civilizado, mientras que en el campo te vuelves un poco salvaje, porque tienes que levantar piedras, golpear cosas, pelearte con insectos, con pinchos, con zarzas, y sale esta parte salvaje”. La estructura, compleja, juega mucho con el equilibrio, como la danza –Nina era bailarina, y la escritora es aficionada–: “Yo lo comparaba con un cuerpo de baile, porque si una bailarina se adelanta o se retrasa, toda la coreografía cae. Todo está cogido por un hilo muy delgado y en cualquier momento todo puede ser el caos”. La danza también es la búsqueda dura de “la belleza, que está desapareciendo y ahora está asociada con una adquisición económica o el consumo, mientras que al mismo tiempo el mundo del arte es muy precario. Creamos belleza y programamos cosas, sí, pero a la hora de la verdad es un desastre de precariedad. Las mismas bailarinas están concebidas como cuerpos para crear belleza, pero después su cuerpo son llagas, contracturas y lesiones”.
“La belleza ahora está asociada con una adquisición económica o el consumo”, asegura la escritoraLa novela también incluye homenajes literarios, empezando por La tempestad de Shakespeare –“una historia a partir de un núcleo familiar, con una guerra sería y una guerra dentro, y algunos elementos mágicos”–, un texto formado por los principios de muchas novelas y muchas otras referencias literarias, como los cuentos de los hermanos Grimm: “Contienen el germen de todas las historias, pero los originales, porque hoy todo está edulcorado y en los libros para niños parece que todo tenga que ser hablar de las emociones. Nos estamos idiotizando, mientras que antes en los cuentos salía sangre y mutilaciones”.
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